martes, 24 de marzo de 2020

Cancelada resto temporada 2019-20

Debido a la situación excepcional que vivimos, el resto de excursiones de la temporada 2019-20 quedan canceladas.

En breve se comunicará qué pasa con el dinero de las personas que tenían la plaza pagada.

Esperemos que la temporada próxima se pueda retomar la montaña cuando empiece el nuevo curso 2020-21. Ganas no nos faltan, aunque la montaña nos esperará, así que por el momento nos quedamos en casa:


Hasta el curso que viene y ¡salud!


lunes, 23 de marzo de 2020

Turbina (29 febrero 2020)

Confinado tal y como estoy, quizás el recuerdo de la última ruta retorna a mí nostálgico y lejano. Será la falta de aire puro y sol, será esta época tan extraña, será que me he vuelto adicto a contemplar el paisaje. Y desde mi ventana no logro alcanzarlo. Modestamente, ahora sólo pretendo retenerlo en mi memoria:

Y allí estábamos de nuevo, en Arangas, peregrinos devotos de la diosa que mora en la montaña, trepando por las empinadas cuestas del Cuera, mis pulmones subidos a la garganta -los gemelos también algo subidos de tono- y el aire volviéndose una sustancia viscosa y difícil de respirar, como si inhalásemos un dulce y amargo sirope de los andarines de la montaña. Dulce por lo que nos deleitan estos asuntos y amargo por el esfuerzo que nos parece casi olímpico. Después de un largo tiempo de retozar, aposentar el culo y comer, nos sentimos sedentarios oficinistas que van a dar un paseo de domingo por las Xanas.

Sierra de Cuera

Con grandes expectativas creciendo a nuestra espalda, ponemos el corazón a la altura de los ojos, para girarnos de improviso e intentar vislumbrar la nívea desnudez de las enfrentadas cumbres calizas que, sugerentes y hermosas, nos prometen casi rozar su hermosura. Pero torpes como nos encontramos, disponen de tiempo y se tapan vergonzosas con una extraña bruma. Nos dejan prácticamente todo a la imaginación.


La senda sube sinuosa, serpentea y sigue a la montaña como en una danza ritual: giro a izquierda, giro a derecha y repetir y repetir, ascendiendo paso a paso hacia la collada que, lejana y orgullosa, nos da paso a las entrañas de la sierra, de esa sierra de Cuera que mira con insolencia a las pequeñas hormigas en hilera que se asoman y pretenden conquistarla.


Este viento frío que nos envuelve penetra en mis pulmones cual elixir purísimo, haciendo que cada sufrido paso que conquisto a la pendiente sea un mazazo en el pecho. Tengo que recuperar la forma. Me justifico diciéndome que necesito detenerme para echar la vista atrás y adorar el templo natural que se nos presenta a la vista: los Picos, nuestros Picos.


Ganamos por último la collada y buscamos desesperados agua, frutos secos y oxígeno. Así nos reponemos en la majada Rozagás, puerta de acceso a la extraña meseta jalonada de jous y de pequeños picos que es este macizo calizo que separa Cabrales del Cantábrico. Y sobresaliendo por encima de todos el Turbina, privilegiada atalaya que vive en un perpetuo triángulo amoroso: no sabe si mirar embelesado hacia la mar o perder la razón por la mole del Urriellu.

Majada Rozagás (1080 m)

Pagamos el sostenido esfuerzo de acometer la ruta más complicada del trimestre. Mucho de muchos elementos: mucha roca caliza, mucho desnivel, mucha muchachada. Esto nos hace ir desesperantemente despacio para mantener la formación: componemos una maldita bandada de estorninos y aquel que quiera volar libre se le aplica disciplina grupal. Es un grupo gregario.

Territorio engañoso este de los reinos de la caliza: te acercas y te alejas, parece llano pero subes y bajas continuamente, crees conocer el lugar y es fácil perderse. Somos partículas insignificantes danzando arriba y abajo en un espectrómetro que mide frecuencias montañeras. Y en ocasiones nos salimos de la escala.


Ya se va viendo en lontananza el pico. A sus pies, soltamos la mochila, tomamos aliento unos instantes y vamos allá. La trepada final se hace corta y divertida, usando las manos algunas veces aunque sin riesgos. Nos gustaría ser rebecos y saltar de roca en roca. No llegamos ni a aspirantes.

Turbina (1317 m)

En el instante de hacer cumbre, una sensación de júbilo nos invade: nos gustan las ascensiones y sentirnos parte de este todo que conforma la Naturaleza. Pero la diosa que habita en este mismo lugar (no sé si en la caseta que hay en la cima) nos cobra peaje por invadir sin permiso su casa, y así nos cierra la niebla privándonos de toda vista. Somos huéspedes descorteses y el precio a pagar es tener que volver a este punto para contemplar la panorámica.


Las expectativas siempre defraudan y con cierta tristeza bajamos a comer al lugar donde dejamos la mochila. Después del brownie de Javier y del café con gotas, yo ya vuelvo a estar contento, las nubes se marchan y nos queda regresar al mundo de la llanura. Pero antes un par de cervezas en Arenas. Se me va a hacer largo el estar metido en casa.


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viernes, 13 de marzo de 2020